Ernesto era un niño
humilde, de familia humilde, y residente como no podía ser de otra manera de un
poblado humilde. De mente lúcida y despierta, sentía verdadera avidez de
conocimientos y le encantaba acudir a la escuela; mas Ernesto se veía obligado
a ejercer su labor de limpiabotas a diario, y teniendo en cuenta que su tez
tostada del color del ébano pasaba no pocas horas bajo el sol para hacer acopio
de unas monedas, no siempre podía asistir. Un día, el pequeño le preguntó a su
abuela por qué él tenía que desempeñar un trabajo como los adultos y por ende
no podía acudir al colegio con la misma frecuencia que los otros niños.
<<Todo se explica mediante la historia de los dos gigantes>>,
respondió la anciana, tras lo cual se reclinó sobre su mecedora con afán de narrar
a Ernesto la citada historia.
La quebrada voz de la
longeva mujer comenzó relatando cómo hace muchos años había existido un gigante
enorme y despiadado, cuyo torso podía negar la luz del sol a regiones enteras,
de largas extremidades que le hacían capaz de deambular entre países con tan
sólo dar unos pocos pasos, y robustos brazos que le permitían cruzar a nado los
vastos mares entre continentes. El gigante regía férreamente sobre los hombres,
pues la criatura no era capaz de sentir más apego por el ser humano que el que
la mayoría de las personas podemos sentir por una res. De este modo bajo su
estricto yugo todos los habitantes de multitud de comarcas de diversas partes
del globo se veían forzados a ejercer un cometido destinado únicamente a cubrir
alguna de sus necesidades: Las había que recolectaban ingentes cantidades de
materia prima para elaborar sus ropajes, siembras de lino para su camisa, piel
de ganado y lana para la ropa de abrigo, pantalones, calcetas...; otras servían
para albergar talleres y barracones titánicos donde se confeccionaban y
remendaban, hecho que demandaba continuamente más materia. Parajes enteros eran
utilizados para la siembra de productos agrícolas, tanto para el ganado ovino y
bovino como para el consumo del propio gigante, en los cuales los labradores y los
ganaderos trabajaban de sol a sol. Casi al mismo nivel que su voraz apetito se
hallaba su sed, razón por la cual se sembraban campos de cebada de enorme extensión
destinados a fabricar ingentes cantidades de cerveza, pues al gigante no le
bastaba con el agua que con facilidad podía recoger en sus manos de aquellos
lugares donde manaba fresca y limpia. E incluso había zonas destinadas a su
ocio en las cuales obligaba a sus habitantes a interpretar obras de teatro,
actos que solían finalizar abruptamente ante la apatía e indiferencia de la
criatura obligando a los actores a ejercer como improvisados bufones. Si algún
hombre, mujer o niño osaba negarse a cumplir sus designios, acababa más pronto
que tarde en su panza.
Un acontecimiento
insólito hizo que cambiara el curso de la historia. Un día, en una de las
regiones sometidas por el perverso gigante, apareció otro más colosal y
vigoroso aún que el anterior, fue el sino de los hombres o el más caprichoso y
puro azar el que determinó sin embargo que fuera este de carácter totalmente
antagónico, noble, con un vínculo de afectividad y respeto hacia las criaturas
más pequeñas y frágiles que él. Éste fue escuchando uno a uno los testimonios
de muchas personas, tarea harto ardua pues en los corazones de los hombres había
fraguado un hondo temor hacia su raza; pocas eran las que no trataban de
evitarle y menos aun las que se mostraban dispuestas a conversar con sinceridad.
El gigante noble, que percibió la homogénea sensación de pavor hacia él, se
sintió terriblemente compungido, cada vez más dolido y descorazonado a medida
que reconstruía lo acontecido con los escasos y balbuceantes retazos de relatos
que conseguía obtener, tanto que tomó la determinación de buscar al gigante
despiadado y una vez cara a cara conminarle a renegar de semejante conducta. No
tardó en sucederse el vis a vis, y cuando así fue, el gigante noble hizo uso de
su voz gutural como los impactos de las rocas que se ciernen montaña abajo en
una avalancha; y enérgica, cual la efímera violencia que se descarga durante
una tormenta eléctrica estival, pero con sosiego y total nitidez: <<Los
gigantes y los hombres podemos convivir en una paz provechosa para ambos, pero
tú has optado por abusar de tu superior fuerza para esclavizarlos, alienarlos,
y convertirlos en tus siervos. Mas ahora tendrás que rendir cuentas con alguien
de tu tamaño. Te insto a pedir disculpas, a comenzar a tratar a los hombres
como iguales y a ayudarles asimismo en sus quehaceres para resarcir el daño que
con alevosía y vileza has ocasionado>>.
El malvado gigante
estalló en una carcajada de gran estruendo, se jactó de la debilidad de la
especie humana, y se negó rotundamente. Y en un alarde de bravuconería o pensando
quizás que el gigante bondadoso se quedaría de brazos cruzados lo desafió con
las siguientes palabras: <<Tú, adalid de estos quejumbrosos insectos, si
deseas que modifique mi conducta, habrás de obligarme por la fuerza>>. Ambos
se enzarzaron en una hercúlea y demoledora pelea. El suelo retumbó con sus
golpes y caídas, el terreno se quebró y los árboles restallaron con horribles
crujidos convirtiéndose en astillas. Los animales huían despavoridos y las
personas a un radio de varios kilómetros pensaron que los mismísimos cimientos de
La Tierra se convulsionaban ante algún tipo de catástrofe natural. Finalmente,
el gigante bondadoso logró ahogar al gigante despiadado en los mares, lo
arrastró nadando, y arrojó su cuerpo a las abisales fauces de una fosa oceánica.
La aparición del
gigante bondadoso supuso una bendición para los hombres, pues tras sucumbir el
gigante malvado estos vieron cómo las cadenas y los temores que los habían
atenazado física y mentalmente durante décadas resultaban por fin rotas. Un
periodo de bonanza como no se recordaba antes dio lugar entonces, y en él el
gigante bondadoso tuvo también un papel notable ayudando cuanto pudo para con
ello disipar la larga y nefasta sombra que su anterior congénere había dejado.
Las regiones ahora libres que podían vivir sin miedo y satisfacer mejor sus
necesidades dedicando a ello sus esfuerzos y para más inri con su apoyo,
comenzaron a crecer y progresar, y al incrementarse la población se erigieron
también ciudades completas y núcleos urbanos más grandes. Pero la prosperidad para
los hombres no lo fue sólo en el plano económico, dado que la forma de actuar
del gigante bondadoso caló también honda y progresivamente en ellos, influenciados
por su sacrificio y su buen hacer. Se volvieron mucho más sociables y
comenzaron a tratarse entre sí mismos con mayor fraternidad y camaradería.
Crecieron como personas, como individuos, como sociedades; trabajando
conjuntamente y buscando, como venía haciendo el gigante bondadoso, el bien común.
Varios centenares de
años después, la edad comenzó a hacer mella en el gigante bondadoso, su raza
era extremadamente perdurable en el orden de magnitud y escala temporal
humanos, pero caduca al fin y al cabo. Su enorme corpulencia comenzó a dar paso
a una figura enjuta, su cabellera desapareció por completo, y una enorme barba
se tornó blanca como la nieve virgen. Su energía también era progresivamente
más exigua, y cada vez precisaba de más intervalos de pausa. De un enorme y
fresco llano a la sombra que arrojaba la linde de un copioso bosque de secuoyas
hizo su lugar de descanso, y en él descendientes de la generación de aquellos
hombres y mujeres a los que liberó le proporcionaron cuidados con extremada
ternura; recolectando y manufacturando, esta vez sí por libre elección, cuanto
él pudiera necesitar. Ingeniaron e instalaron un enorme sistema de plataformas
de madera, repleto de escaleras y poleas, con el que izaban la comida para
facilitar al gigante tumbado en esos cada vez más frecuentes ratos de tregua la
alimentación, e incluso para lavarle cuidadosamente cuando le costó valerse por
sí mismo.
En ese periodo y ante
la debilidad del desgastado gigante, una amenaza comenzó a gestarse, no
proviniendo esta vez de un ser titánico, sino de entre los propios hombres. Durante
la etapa de esclavitud que impuso el gigante despiadado algunos hombres sin
moral se transformaron en una blasfema, corrompida y depravada extensión de la
voluntad de éste, actuando como sus representantes cuando él estaba ausente a
cambio simplemente de no ser explotados y convirtiéndose, en definitiva, en carceleros
de sus propios hermanos, parientes, y congéneres. Ahora individuos de la misma
ralea y equiparable indecencia habían comenzado a sentirse insatisfechos, y el
demonio de la codicia estaba despertando en sus corazones. Grupúsculos de ellos
comenzaron a aumentar sus filas mediante un discurso taimado que escondía sus mezquinas
intenciones reales y que tenía como objetivo a aquellos que, quizás por haber
nacido ya en la situación de equidad que imperaba no eran capaces de percibirla
como el logro que realmente supuso. Clamaban por algo más, por una nueva
estructura sin influencia de los gigantes que se tradujera en mayores riquezas
y menor trabajo, pero en su discurso ocultaban de qué forma... Y para quienes.
Su propaganda, pese a
eficaz en cierta medida, resultaba del todo ineficiente. Sus seguidores crecían
muy despacio, la presencia del gigante aún en estado casi de continuo letargo
suponía una influencia mucho mayor que la que ellos podrían llegar a atesorar
nunca. Y así, una vez se cercioraron de que sus acciones eran insuficientes
para cambiar el por entonces actual orden de las cosas, e identificado a su vez
en el gigante el mayor impedimento para que así fuera, confabularon para
deshacerse de él.
Ocultos, con
nocturnidad y felonía, un grupo de ejecutores sufragado por ellos se deslizó entre
las plataformas y de ahí se encaramaron al entumecido cuerpo del gigante,
armados cada uno con un tarro de vidrio que alojaba una potente toxina. El
gigante bondadoso fue envenenado mientras dormía, ya no volvería a despertarse,
y la ignominia hizo aún más daño al quedar oculta por siempre a la mayoría de
la civilización, cuyo sustento quedaría conminado a la mentira para la posteridad.
Así nació la nueva
etapa que aún perdura, una era basada en la falsedad y el engaño de unos pocos
a la mayoría, en la que los hombres son esclavizados por los hombres, los
recursos se prodigan y expolian con la mayor impunidad, y el ser humano se ha convertido
en su propio lobo. Algo mucho más nocivo y despiadado de lo que lo fue el
propio gigante de semejante apelativo.
El mueble gimió con un
crujido cuando la anciana volvió a reclinarse en su respaldo. <<No puedes
ir a la escuela porque la codicia de algunos hombres inmorales precisa de que
así sea para llevar una vida cómoda y con más cosas de las que realmente
necesitan. Se trata de hombres, pero hombres con codicia de gigante>>.
Los ojos abiertos de par en par de Ernesto se fijaron en algún punto del suelo,
dando lugar a la impávida mirada de resignación de aquellos que son conscientes
de la enorme losa que supone formar parte de ese denominado "tercer
mundo", pese a su temprana edad. Mas su sabia abuela se había guardado un
pequeño caramelo, en términos metafóricos, para el final del relato: <<No
obstante nosotros, conocedores de la historia, aún tenemos la posibilidad de
vivir nuestras vidas de acuerdo a los valores del gigante bondadoso >>.
El rostro del niño se alzó y esbozó una pequeña sonrisa, quizás el atisbo más dulce
e imperceptible de un cambio posible.