El concepto de realidad
ha sido abordado desde la Grecia Antigua por la epistemología, rama de la
filosofía que se ocupa de la validez y fiabilidad de los conocimientos que adquirimos
los humanos. Pero preguntas como si el mundo psíquico es producto de la mente
humana, o cómo llegamos a adquirir conciencia de la existencia de nuestro
entorno, permanecen aún sin resolver. Para más inri, estos debates no se
toparon con recientes teorías que nos brinda la ciencia y que podrían elevar a
un grado todavía mayor la dificultad del problema. Por ejemplo: ¿qué ocurre cuando añadimos
a esta fórmula un factor como el tiempo al que Einstein denominó como cuarta
dimensión y sobre el cual nuestra percepción varía permanentemente?, ¿y las
actuales convicciones de físicos y cosmólogos sobre la existencia de
multiversos (universos paralelos) que no sólo coexistirían, sino que
interactúan entre sí y no somos capaces tan si quiera de percibir?
Ciñéndonos a nuestra apreciación
subjetiva de la realidad, una cosa queda clara, hay tantas realidades como
individuos. Llamaremos a este fenómeno burbujas
de realidad percibida o, de forma más sencilla, burbujas de realidad, y nos centraremos en él. Todos y cada uno de nosotros estamos
envueltos por estas esferas ficticias que varían a lo largo de nuestra vida y se
alimentan de nuestros estímulos. Los niños de temprana edad, al no contar con
experiencias previas ni ideas preconcebidas, poseen una burbuja de realidad
imperceptible, completamente transparente y permeable. No ostentan capacidad de
relativizar los estímulos y experiencias sensoriales que reciben del modo en
que lo harán posteriormente. Es a medida que interiorizan estas experiencias
cuando la burbuja comienza a tomar forma, a definirse con mayor claridad y a
revestir sus paredes aumentando su grosor.
Supongamos ahora dos personajes ficticios -que sólo lo son por carecer de identidad y nombre propios, pero que bien pudieran ser de carne y hueso-. De un lado un joven de las favelas en Río que ve en el negocio de las drogas su única salida ante un sistema hostil y opresivo. La justificación de sus propias acciones es sencilla dentro de su realidad percibida o de su burbuja, a fin de cuentas, muchos en su entorno cercano malviven de ese modo. Del otro, un muchacho criado entre algodones en cualquier sociedad occidental al que penurias como la anterior le son totalmente ajenas; inclusive aunque las visione o le sean relatadas no sentiría lo mismo que el sujeto primero, dado que no las experimenta en primera persona. Ambos son individuos plenamente racionales, organismos iguales físicamente, pero la secuencia lógica que opera en uno y otro funciona de forma totalmente distinta, y difícilmente pueden juzgar en numerosos casos los mismos fenómenos y acontecimientos llegando a conclusiones equivalentes.
Supongamos ahora dos personajes ficticios -que sólo lo son por carecer de identidad y nombre propios, pero que bien pudieran ser de carne y hueso-. De un lado un joven de las favelas en Río que ve en el negocio de las drogas su única salida ante un sistema hostil y opresivo. La justificación de sus propias acciones es sencilla dentro de su realidad percibida o de su burbuja, a fin de cuentas, muchos en su entorno cercano malviven de ese modo. Del otro, un muchacho criado entre algodones en cualquier sociedad occidental al que penurias como la anterior le son totalmente ajenas; inclusive aunque las visione o le sean relatadas no sentiría lo mismo que el sujeto primero, dado que no las experimenta en primera persona. Ambos son individuos plenamente racionales, organismos iguales físicamente, pero la secuencia lógica que opera en uno y otro funciona de forma totalmente distinta, y difícilmente pueden juzgar en numerosos casos los mismos fenómenos y acontecimientos llegando a conclusiones equivalentes.
De este modo, nuestras
percepciones pasadas cristalizadas en nuestra burbuja de realidad condicionan,
en mayor o menor grado, también nuestras percepciones futuras. A veces de forma muy
extrema. Mientras la hembra de uno de los animales más perfectos desde el punto
de vista evolutivo, el jaquetón o tiburón blanco, viaja miles de kilómetros
para encontrar un macho con el menor parentesco posible y afinar con ello la
mezcla genética de su prole; un individuo humano, en cuya burbuja de realidad alberga
influencias y/o experimentaciones que le han llevado a abrigar sentimientos
xenófobos, puede sentir que el peor de sus males es que su hija yazca con un
varón de raza negra. Aunque jamás llegase a conocerlo. Obviamente este
es tan sólo uno de muchos ejemplos posibles, ya que el elemento de tan profunda
disensión puede ser tan variopinto como diferencias hay entre los diversos
seres humanos que pueblan el planeta: la raza, el género, la orientación
sexual, las ideologías, las religiones, determinados rasgos de nuestras
personalidades, etc.
Alejándonos de casos tan
extremos como el anterior, cuando interaccionamos con otros individuos o establecemos
una relación, a la postre se produce una intersección entre las esferas de
nuestras burbujas de realidad cuyo volumen determinará parcialmente nuestro
grado de empatía para con los demás. Si el espacio resultante de esa operación es considerable, disfrutaremos de
una mayor capacidad para hallar comprensión y forjar lazos; y viceversa. En este marco el
amor (bien por una pareja, un familiar, o un amigo), es una situación en la que
se maximiza la confluencia entre nuestras burbujas de realidad evocando con
ello una comprensión mutua del más elevado nivel.
Llegados a este punto,
cabe elucubrar sobre cuán deseable sería que lográsemos obtener la capacidad de
emerger de estas esferas para introducirnos temporalmente en las de otros. Nos
ayudaría a entender en un contexto que de otro modo nos es impropio, las
acciones y consideraciones de los demás antes de emitir triviales juicios
infundados. Podríamos nutrirnos de una cantidad ingente de realidades que no
hemos experimentado acrecentando con ello el diámetro de nuestras burbujas
individuales, hallando mayor facilidad para el diálogo, el entendimiento y en
definitiva y como se señalaba con anterioridad, para sentir empatía. Desgraciadamente, nos es imposible realizar tal
cosa. Pero lo que sí está en nuestras manos es asimilar el autoconocimiento de
este fenómeno y, cuanto menos, tenerlo en cuenta de cara a establecer nuestras
relaciones futuras con todas aquellas personas que nos rodean. Siendo sensitivos hacia aquello que desde nuestra burbuja asemeja diferente, desconocido, o que no compartimos.