miércoles, 11 de marzo de 2015

BURBUJAS DE REALIDAD





El concepto de realidad ha sido abordado desde la Grecia Antigua por la epistemología, rama de la filosofía que se ocupa de la validez y fiabilidad de los conocimientos que adquirimos los humanos. Pero preguntas como si el mundo psíquico es producto de la mente humana, o cómo llegamos a adquirir conciencia de la existencia de nuestro entorno, permanecen aún sin resolver. Para más inri, estos debates no se toparon con recientes teorías que nos brinda la ciencia y que podrían elevar a un grado todavía mayor la dificultad del problema. Por ejemplo: ¿qué ocurre cuando añadimos a esta fórmula un factor como el tiempo al que Einstein denominó como cuarta dimensión y sobre el cual nuestra percepción varía permanentemente?, ¿y las actuales convicciones de físicos y cosmólogos sobre la existencia de multiversos (universos paralelos) que no sólo coexistirían, sino que interactúan entre sí y no somos capaces tan si quiera de percibir?

Ciñéndonos a nuestra apreciación subjetiva de la realidad, una cosa queda clara, hay tantas realidades como individuos. Llamaremos a este fenómeno burbujas de realidad percibida o, de forma más sencilla, burbujas de realidad, y nos centraremos en él. Todos y cada uno de nosotros estamos envueltos por estas esferas ficticias que varían a lo largo de nuestra vida y se alimentan de nuestros estímulos. Los niños de temprana edad, al no contar con experiencias previas ni ideas preconcebidas, poseen una burbuja de realidad imperceptible, completamente transparente y permeable. No ostentan capacidad de relativizar los estímulos y experiencias sensoriales que reciben del modo en que lo harán posteriormente. Es a medida que interiorizan estas experiencias cuando la burbuja comienza a tomar forma, a definirse con mayor claridad y a revestir sus paredes aumentando su grosor.

Supongamos ahora dos personajes ficticios -que sólo lo son por carecer de identidad y nombre propios, pero que bien pudieran ser de carne y hueso-. De un lado un joven de las favelas en Río que ve en el negocio de las drogas su única salida ante un sistema hostil y opresivo. La justificación de sus propias acciones es sencilla dentro de su realidad percibida o de su burbuja, a fin de cuentas, muchos en su entorno cercano malviven de ese modo. Del otro, un muchacho criado entre algodones en cualquier sociedad occidental al que penurias como la anterior le son totalmente ajenas; inclusive aunque las visione o le sean relatadas no sentiría lo mismo que el sujeto primero, dado que no las experimenta en primera persona. Ambos son individuos plenamente racionales, organismos iguales físicamente, pero la secuencia lógica que opera en uno y otro funciona de forma totalmente distinta, y difícilmente pueden juzgar en numerosos casos los mismos fenómenos y acontecimientos llegando a conclusiones equivalentes.

De este modo, nuestras percepciones pasadas cristalizadas en nuestra burbuja de realidad condicionan, en mayor o menor grado, también nuestras percepciones futuras. A veces de forma muy extrema. Mientras la hembra de uno de los animales más perfectos desde el punto de vista evolutivo, el jaquetón o tiburón blanco, viaja miles de kilómetros para encontrar un macho con el menor parentesco posible y afinar con ello la mezcla genética de su prole; un individuo humano, en cuya burbuja de realidad alberga influencias y/o experimentaciones que le han llevado a abrigar sentimientos xenófobos, puede sentir que el peor de sus males es que su hija yazca con un varón de raza negra. Aunque jamás llegase a conocerlo. Obviamente este es tan sólo uno de muchos ejemplos posibles, ya que el elemento de tan profunda disensión puede ser tan variopinto como diferencias hay entre los diversos seres humanos que pueblan el planeta: la raza, el género, la orientación sexual, las ideologías, las religiones, determinados rasgos de nuestras personalidades, etc.

Alejándonos de casos tan extremos como el anterior, cuando interaccionamos con otros individuos o establecemos una relación, a la postre se produce una intersección entre las esferas de nuestras burbujas de realidad cuyo volumen determinará parcialmente nuestro grado de empatía para con los demás. Si el espacio resultante de esa operación es considerable, disfrutaremos de una mayor capacidad para hallar comprensión y forjar lazos; y viceversa. En este marco el amor (bien por una pareja, un familiar, o un amigo), es una situación en la que se maximiza la confluencia entre nuestras burbujas de realidad evocando con ello una comprensión mutua del más elevado nivel.

Llegados a este punto, cabe elucubrar sobre cuán deseable sería que lográsemos obtener la capacidad de emerger de estas esferas para introducirnos temporalmente en las de otros. Nos ayudaría a entender en un contexto que de otro modo nos es impropio, las acciones y consideraciones de los demás antes de emitir triviales juicios infundados. Podríamos nutrirnos de una cantidad ingente de realidades que no hemos experimentado acrecentando con ello el diámetro de nuestras burbujas individuales, hallando mayor facilidad para el diálogo, el entendimiento y en definitiva y como se señalaba con anterioridad, para sentir empatía. Desgraciadamente, nos es imposible realizar tal cosa. Pero lo que sí está en nuestras manos es asimilar el autoconocimiento de este fenómeno y, cuanto menos, tenerlo en cuenta de cara a establecer nuestras relaciones futuras con todas aquellas personas que nos rodean. Siendo sensitivos hacia aquello que desde nuestra burbuja asemeja diferente, desconocido, o que no compartimos.